El murmullo de unas doscientas voces leyendo al unísono entre montañas, ciudades y pueblos, me acompañó, durante casi un año , desde que me invitaron gentilmente a trabajar con la organización de Lectores Voluntarios auspiciada por la Fundación Alfredo Harp Helú , Oaxaca, A. C., amorosamente cuidada por la Doctora Ma. Isabel Grañen Porrúa y por Sistema DIF, Oaxaca . Fue después de casi un año que pude organizarme para comprometerme a viajar a Oaxaca una vez al mes desde Puebla, la ciudad en donde habito y trabajo, hasta Oaxaca. Durante el año entero no pude dejar de oír ese murmullo en cada escuela, cada comunidad, cada calle, cada rincón en donde los Lectores Voluntarios se ponen de pie con un libro en la mano y abren la boca para que pase por ella la voz de los autores, como un canto.
Fue muy emocionante pensar en trabajar con Lectores Voluntarios por varias razones. La primera: siendo mi prioridad la construcción de obra de calidad, sabía el cúmulo de conocimientos que como un delta se cruzan en una persona que lee en voz alta semanalmente uno, dos y hasta tres o cuatro días a la semana. El canto de la palabra dicha, afinado día con día cada vez que un lector se pone de pie frente a los escuchas. Las imágenes que se van guardando una a una en los cajoncitos del cerebro y que van atesorando una alacena de materias primas, especias y hierbas con los que cocinarían excelentes textos. La voluntad de expresión, la necesidad de comunicación y la capacidad de realización que cada lector tiene para tomar un camión, caminar, trasladarse, ponerse guapos y llegar puntuales a su lectura. Segunda: Corresponder a la generosa disposición de los lectores a colaborar con su comunidad en la construcción de un pensamiento creativo y autónomo. Y tercera, pero no menos importante: Colaborar con la Fundación Harp Helú y el DIF estatal, en su afán de recompensar la generosidad de los Lectores Voluntarios a través diplomados, talleres y herramientas de formación que ofrece a la comunidad.
Desde el instante que comencé la primera sesión supe que no me había equivocado: Cada semilla que dejé caer volvió a mí vuelta fruto y me la devolvió multiplicada. Les di, hasta más no poder, lo mejor de mí. Y recibí de regreso lo mejor (hasta más no poder), de cada uno de los lectores, que, al volverse autores completaron el ciclo de: lector-autor-lector y que, apoyados por la fundación, se concretó en este hermoso libro: Élitros, el canto del silencio absoluto.
Así conversamos con nuestro tiempo y con la eternidad; así nos movemos y promovemos la formación del lector interactivo que escucha, pero también contesta. Que se sienta mullidamente en su sillón a leer, pero que también se arriesga a escribir. Así escuchamos, así decimos.
Que un dibujo del maestro grabador Francisco Toledo esté en la portada del libro es una señal: en Élitros se han integrado extraordinarios talentos oaxaqueños en formación que sin duda darán mucho que hablar, o mejor dicho: mucho que leer.
Con este libro queda demostrado cómo, fortaleciendo la autonomía de pensamiento, fortalecemos las estructuras de una comunidad creativa, y por lo tanto: libre.
Raquel Olvera