Reseñas bibliográficas

LIBROS INFANTILES Y DE FOMENTO A LA LECTURA
Nuestras reseñas bibliográficas han sido realizadas tanto por los coordinadores del programa, como por nuestros lectores voluntarios. Estas reseñas son tanto de Libros Infantiles, como de Libros especializados en fomento a la lectura. Los libros reseñados son parte de la reserva bibliográfica con que cuenta el Programa Seguimos Leyendo, misma que puede ser consultada por nuestros lectores voluntarios a través de nuestros coordinadores de lectura.

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Lunes, 02 Septiembre 2013 00:00

La Casa Imaginaria

Escrito por

la-casa-imaginariaTítulo: La casa imaginaria
Autor del libro: Yolanda Reyes
Editorial: Norma
I.S.B.N: 9789584504678
Páginas: 160
Publicación: 17/04/2009
Colección: Catalejo
Reporte realizado por: Hugo Cuevas

SINÓPSIS
La casa imaginaria recoge y divulga la experiencia de 15 años de trabajo de Yolanda Reyes alrededor del fomento a la lectura en los niños.

En este libro, Yolanda Reyes da cuenta, de manera muy puntual, de la necesidad de crear conciencia acerca de la importancia que tiene el formar lectores desde los primeros años de vida.

Yolanda Reyes nos ofrece una magnífica perspectiva del proceso de adquisición del lenguaje en la primera infancia y de ese tránsito que los niños hacen, con ayuda de sus padres, hacia ese mundo simbólico que los libros ofrecen.

Los niños entre los cero y los seis años de edad perciben el mundo en sus distintos lenguajes y van construyendo su propio imaginario lleno de referentes culturales. Yolanda asegura que es en este período de vida en que ocurren momentos claves en la relación con el lenguaje.

Yolanda responde a preguntas como: ¿Cuándo comienza la historia del lector? ¿Leer en la primera infancia? ¿Cómo es posible conjugar el verbo leer en presencia de una criatura que ni siquiera habla? ¿Por qué y para qué dar de leer a los bebés si hay tanto que hacer por ellos? ¿Hasta cuándo debo leerle a mi hijo?

BIOGRAFÍA
 
Yolanda Reyes

Yolanda Reyes, maestra y escritora colombiana, es también Licenciada en Ciencias de la Educación, con especialización en Literatura. Es fundadora y directora de Espantapájaros Taller, un proyecto cultural que forma lectores desde la primera infancia. Escribió numerosos libros para niños, jóvenes y adultos, entre los que se encuentran Los años terribles (Bogotá, Grupo Editorial Norma, 2000), El terror de Sexto “B” (Buenos Aires, Editorial Alfaguara, 2003), Pasajera en tránsito (Bogotá, Editorial Alfaguara, 2006), Los agujeros negros (Buenos Aires, Editorial Alfaguara, 2008), Cucú (México, Editorial Océano Travesía, 2010) y Ernestina la gallina (México, Editorial Océano Travesía, 2010). Su libro La casa imaginaria: lectura y literatura en la primera infancia (Bogotá, Grupo Editorial Norma, 2008) reúne sus investigaciones sobre la promoción de la lectura en niños pequeños.

RESUMEN

Hablar de lectura en la primera infancia requiere contexto, pues todos sabemos que los bebés no leen, en el sentido convencional de la palabra. Y sin embargo, también sabemos que la lectura hunde sus raíces en la compleja actividad interpretativa que despliega un ser humanos des que despliega un ser humano desde su ingreso al mundo de lo simbólico.

Todos nos inventamos a punta de palabras.
Nos vamos nutriendo de palabras; recurrimos a las historias para descifrarnos.

La experiencia de sentirnos parte de un conglomerado humano que comparte y reestrena los símbolos para descifrarse, expresarse y habitar el territorio del lenguaje es la que otorga sentido profundo a la literatura y esa revelación se hace patente en los primeros años de la vida. En esa arista que mezcla lo universal con lo particular y que nos permite conocernos, diferenciarnos y construirnos mediante el diálogo con las páginas de la cultura, encuentro una justificación profunda para incluir la formación literaria en la canasta familiar de nuestros niños, como alternativa de nutrición emocional y cognitiva, y como equipaje básico para habitar mundos posibles, a la medida de cada ser humano.

Ofrecer el material simbólico inicial para que cada pequeño comience a descubrir, no sólo quién es, sino también quién quiere y puede ser.

La imaginación nos permite ser otros y ser nosotros al mismo tiempo, descubrir que podemos pensarnos, nombrarnos, soñarnos, encontrarnos, conmovernos y descifrarnos en ese gran texto escrito a tantas voces por una infinidad de autores a lo largo de la historia, es el que le otorga sentido a la experiencia literaria como expresión de “nuestra común humanidad”.

Fomentamos la lectura para garantizar, en igualdad de condiciones, el derecho de todo ser humano a ser sujeto de lenguaje: a transformarse y transformar el mundo y a ejercer las posibilidades que otorgan el pensamiento, la creatividad y la imaginación.

¿Cómo es posible conjugar el verbo leer en presencia de una criatura que ni siquiera habla? ¿Por qué y para qué dar de leer a los bebés si hay tanto que hacer por ellos?

La primera infancia se define como el período del ciclo vital de los seres humanos que se extiende desde la etapa intrauterina hasta los seis años. La maleabilidad y elasticidad del cerebro infantil es prácticamente ilimitada y durante la intrauterina y los tres primeros años de vida se registra un crecimiento neuronal acelerado y una proliferación inusitada de conexiones entre las neuronas.

Desde el punto de vista neurológico está de mostrado que la variedad, el desafío y la calidad de los estímulos cambian el cerebro. Leer se concibe actualmente como un proceso permanente de diálogo y de negociación de sentidos.

El proceso de adquisición del lenguaje, ha dejado de centrarse exclusivamente en la producción de palabras reconocibles, como sucedía hasta hace unas décadas. La construcción de sentido que precede a la primera vez que un niño pronuncia una palabra se remonta a una larga historia, cuyos antecendentes más rudimentarios puede rastrearse desde la vida intrauterina.
La literatura, la construcción de ese lugar simbólico.

El feto aprende a recoger la melodía y los ritmos del lenguaje, es decir, las curvas de entonación y las pautas de acento que constituyen las particularidades tanto de la voz de la madre como de los sonidos de la que se convertirá en su lengua materna.

La literatura, ese texto a tantas voces que alberga, expresa y recoge nuestra sed de encantamiento, reúne las huellas de la ancestral fascinación por el poder de las palabras que han ido dejando los que han pasado antes y que también nosotros dejamos, como impronta, a los recién llegados. La madre y su bebé, envueltos en la coreografía sensorial, táctil, verbal y musical que los enlaza.

Esa conversación entre la madre y el hijo constituye la matriz fundacional del lenguaje.

Desde esos primeros encantamientos asistimos a una experiencia estética del lenguaje. Podríamos decir que el niño es un lector poético o, más exactamente, un oidor poético desde el comienzo de la vida y que su contacto primordial con la literatura, a través de la poesía, está basado en el ritmo, en la sonoridad y en la connotación. Más allá del sentido literal de las palabras, los arrullos descansan sobre las propiedades rítmicas del lenguaje; por ello son rimados, aliterados y repetitivos. Esos primeros libros sin páginas que escribimos en la piel y la memoria del bebé parecen responder a su necesidad de leer con el oído y con el tacto. La poesía crea una atmósfera sonora, prosódica y melódica para envolver a esos recién llegados, a quienes poco importa el significado literal de las palabras.

Las madres dan cuenta, por primera vez, de la experiencia literaria como posibilidad simbólica para nombrar lo innombrable.

La poesía, esa primera experiencia literaria anclada en la sonoridad de las palabras, en sus poderes connotativos y sugerentes, que transporta emociones en el torrente de la voz ya está presente en los “primeros pasos por el mundo de l representación” y le entrega al niño, junto con el tesoro de su lengua, la revelación de que las palabras tienen usos insospechados (cantar, sanar dolores, quitar sombras, acompañar, arrullar, enamorar). Sus primeros textos han sido la voz y el rostro humanos y en ellos ha aprendido la base verbal y no verbal de la interacción social, sobre la que se construirán paulatinamente infinidad de lecturas. Y es que, en el fondo, leer es “verse” en otro y recurrir a estructuras visibles para “lidiar” con lo invisible.

Los primeros libros sin páginas se escriben en la piel, en el ritmo del juego, en las miradas, en la voz…

Ya en su primer año de vida, la cara y los gestos de sus cuidadores cercanos siguen siendo el texto para explorar los propios sentimientos. Los rostros familiares, con toda su gama de expresiones, obran como escenario en el que se proyecta la vida interior del ser humano: el niño se da cuenta de que su madre puede percibir sus sentimientos y que su propia cara también puede ofrecer pistas para ser leído por ella.
Para que ese niño pueda entretenerse leyendo solito, ha sido preciso que una figura entrañable le haya revelado, no una sino muchas veces, el truco mágico de cómo mirar e interpretar esos objetos planos y estáticos atrapados entre las páginas.

Son los padres o los adultos cercanos quienes introducen al nuevo miembro de la especie en ese “otro orden simbólico”. A través del triángulo amoroso entre adulto, libro y lector, el pequeño, sentado en las piernas de su padre, descubre que hay un mundo otro y que las ilustraciones, esas figuras bidimensionales parecidas a la realidad, no son la realidad sino su representación. En efecto, para acceder a ese objeto libro, es necesario aceptar y compartir ciertas convenciones y hacer de cuenta que, en ese juego, las ilustraciones son si fueran la realidad. Ese como si, que es germen de lo simbólico, se va construyendo en las rodillas del padre o de la madre que señala y nombra el mundo conocido, atrapado y sintetizado en el lenguaje de las imágenes: “mira la bebé… y mira al bebé con su mamá. Mira al papá… y mira al bebé con su papá. Ese conjunto de manchas, de colores y de trazos no podrían significar nada para el bebé, sin esa voz adulta que oficia el tránsito hacia el orden otro de los simbólico.

El libro-álbum, un género de la literatura infantil en el que las palabras y las ilustraciones se complementan mutuamente para construir, mediante el diálogo creativo entre ambas, el sentido del texto. En el libro álbum es indispensable ver la imagen y contrastarla con el lenguaje verbal y, en ese cruce de caminos, surgen múltiples posibilidades interpretativas. Las sofisticadas “lecturas” que proponen estos libros a los niños desafían a descubrir cómo el sentido se va desentrañando paulatinamente y cómo todos los lenguajes –palabra, ilustración, diagramación- confluyen en esa construcción conjunta.

Winnicott considera a la literatura como uno de esos lugares de descanso que mantiene separadas e interrelacionadas a la vez la realidad interna y la exterior.
La magia de leer un cuento porque sí, porque nos quieren y queremos, porque necesitamos saber, sentir, vivir y entender la experiencia humana; el triángulo amoroso entre libro, adulto y niño.

¿Hasta cuándo debo leerle a mi hijo? “hasta que se él quien decida expulsarlo de su habitación.

Un adulto que deja su vida real en suspenso por un rato y aplaza sus obligaciones para compartir un buen libro con su hijo o con su alumno, ofrece una renovación de ese pacto simbólico, el niño lee entre líneas que la lectura es un acto de encuentro, que amerita postergar muchas otras tareas urgentes de la vida cotidiana y a la que él sigue estando invitado especialmente en ese momento en el que ciertos obstáculos asajeros de la decodificación parecen interponerse entre él y sus libros predilectos. Así, mientras sigue compartiendo ese sentido crucial de “leer-se” en otra voz, podrá ir afianzando también un hábito, es decir, la repetición de unas condiciones particulares de tiempo y de espacio; una atmósfera de introspección e intimidad que seguirá asociando con leer y que quizás se le vuelva una costumbre indispensable para toda la vida –leer antes de apagar la luz y deslizarse al sueño-, como lo hacen tantos adultos que tuvieron su propio lector privado.

Las voces expertas que leen con los niños les permiten apropiarse paulatinamente de las convenciones, de los matices y de los ritmos interiores del lenguaje.

Estos pequeños ya conciben a los libros como posibilidades de auto afirmación y a la lectura como una ruta de formación personal inspirada en las necesidades subjetivas y en el ejercicio del criterio.

Todos nos leemos a nosotros mismo y al mundo que nos rodea para poder vislumbrar qué somos y dónde estamos. Leemos para entender, o para empezar a entender. No tenemos otro remedio que leer. Leer, casi tanto como respirar, es nuestra función esencial.

Durante estos primeros años de vida en los que leer no se asocia con “hacer tareas” sino con la tarea de construirnos y descifrarnos a través del lenguaje como la herramienta por excelencia de nuestra especie, ese placer gratuito del encuentro con las páginas de la cultura que se inicia por ósmosis: piel a piel, verso a verso, cuento a cuento, puede ser el más poderoso de los legados para que cada cual continúe, luego en solitario, la incesante tarea de leer y descifrarse. Se trata como decía Goethe, de una larga tarea: “La gente no sabe el tiempo y el esfuerzo que son necesarios para aprender a leer. Yo vengo intentándolo desde hace ochenta años y aún no puedo afirmar que lo haya logrado”.

Lo que ofrece la experiencia literaria a lo largo de ese recorrido, lo que hace tan significativa y poderosa es esa emoción estética que nos permite conectarnos con nuestra particularidad de sujetos y explorar nuestras experiencias, nuestros sueños y nuestros secretos.

Leído 5291 veces Última modificación Martes, 28 Enero 2014 10:45

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